Caleta Gutiérrez es una pequeña localidad del seno de Reloncaví, a unos 45 km de Puerto Montt. Allí, un grupo de esforzadas mujeres está devolviéndole el esplendor a una antigua tradición textilera que durante las décadas de 1960 y 1970 tuvo su máxima expresión: el brocado.
Un tejido que llama la atención por los atractivos patrones que parecieran haberse bordado sobre la lana, pero que, por el contrario, son una trama suplementaria, y cuyas hebras se entrelazan de manera particular mientras se teje. Por aquellos años existía la Cooperativa Sol de Chile, que proveía a las artesanas de fardos de lana y compraba toda su producción. Su cierre fue un golpe duro para ellas, a lo que se sumó un menosprecio por el trabajo artesanal y la aparición de las salmoneras que ofrecían mejores pagos.
Esta delicada técnica estaba prácticamente condenada al olvido. Sin embargo, unas pocas -la mayoría dedicada a las labores del hogar y al trabajo de marisqueo- y quienes aún recordaban el oficio por sus madres o abuelas, más otras que se interesaban en el tejido en general, formaron la agrupación Vista al Mar como una manera de generar recursos extras.
-En 2017, un grupo de ellas se acercó a la sede de la Fundación Artesanías de Chile en Puerto Varas para presentar sus trabajos, porque querían mejorarlos y aumentar sus posibilidades de venta. Nos pareció tan significativo que se realizó un diagnóstico que evidenció que eran buenas hilanderas, pero que no todas tejían a telar con la calidad adecuada —explica la directora ejecutiva, Claudia Hidalgo.
Gracias a un convenio con la Subsecretaría del Trabajo, y al alero del programa «Proartesano», comenzó un ciclo de capacitaciones a cargo de un equipo multidisciplinario, que se centró en la técnica del brocado, particular de la zona desde hace más de un siglo, y cuya segunda etapa recién terminó. «Nos dieron un telar a cada una y algunas aprendimos desde cero gracias a las clases. Es bonito y exige harta concentración. Ahora nuestras piezas -alfombras, cojines, pieceras, cubrecamas- fueron aprobadas por el comité de expertos y se venderán a través de la Fundación», dice una de las artesanas, María Angelina Gutiérrez, quien junto a un grupo de ellas viajó a Santiago para el lanzamiento de la colección.
Están entusiasmadas en incentivar a otras mujeres para la perfección de la técnica y así borrar el triste período que comenzó en los 80 cuando dejaron de tejer. En octubre participarán de una feria en Casa Costanera y esperan seguir produciendo para reposición de lo que ya está a la venta en las tiendas de la Fundación.